Érase una vez una chica que era la mejor de su clase. Siempre sacaba de ocho para arriba, siempre llevaba los deberes hechos, tenía una actitud impecable en clase, vamos, era un ejemplo a seguir por todos. Un cierto día, tocó la campana del recreo, y todos salieron a fuera. Una vez allí, todas las chicas comenzaron a bromear, y una de ellas amenazó con el batido a nuestra protagonista; todo esto en broma, pues nunca tuvo intención de mancharla. La chica dijo:
- ¡No, por favor, no! ¡De verdad, no! ¡Que mis padres me castigan si me mancho!
Al segundo, su amiga bajó el batido.
-¿De verdad?
-Sí.
La chica no quiso decir más. Era obvio que no estaba cómoda hablando del tema. Días atrás, tuvieron un examen de lengua, uno muy complejo, de cinco unidades juntas, es decir, de todo un trimestre. Pasaron un par de días más, y llegó el momento de que les dieran las notas de aquellos exámenes. nuestra protagonista se quedó paralizada y de repente palideció.
-¿Cuánto has sacado?
Le preguntó la chica del batido, y viendo que su amiga no contestaba, le dijo:
-¿Qué ocurre?
La chica, aún pálida, dijo:
-H-he sac-cado un s-seis y me-medio....
Su amiga, sin llegar a comprender, se acercó a ella.
-Pero has aprobado, esa nota es buena para lo difícil que era el examen...
Con los ojos cristalinos, la chica dijo:
-Tú no lo entiendes... Mis padres me castigan por sacar un siete..... Me van a matar....
Su amiga, todavía perpleja, no comprendía aún del todo el asunto.
-Venga, no será para tanto....
Terminaron las clases, y las dos amigas de la chica le dijeron:
-¿Quieres que te acompañemos a hablar con tus padres?
-No, gracias. Mejor lo hago yo sola.
Al día siguiente, su amiga corriendo fue a hablar con la chica, la que no dijo nada. A la hora del recreo, las dos se quedaron solas hablando, y la chica por fin confesó lo que había pasado en su casa.
-¿Te castigaron?
-No....
-Entonces, ¿qué pasó?
-Mi padre.... Ha dejado de hablarme... Desde que le dije la nota, no me ha vuelto a dirigir la palabra....

Pasó un fin de semana, y su amiga volvió a preguntarle:
-¿Ya te habla tu padre?
La chica se limitó a negar con la cabeza. pasó otro día, y la amiga volvió a preguntar.
-Sí, ya me habla, sí.
Y la chica volvió a ser tan vivaracha como solía, pero esos días que no hablaba con su padre, parecía triste, melancólica y sombría.
La pobre chica tenía un padre que le exigía ser perfecta, olvidando que su hija no es una máquina, que no puede hacerlo todo bien e ideal.
¿Cuál es vuestra conclusión, crueldad o disciplina?